martes, 2 de febrero de 2010

Palabras para Tona Almada de Gardey
O de cómo una vez más
La verdad me parece mentira.
Una campana calló
Mientras doblaba tu muerte
Y el silencio fue tan fuerte
Que tu muerte lo escuchó.

Ella era una peregrina de las dificultades. Una hoja al viento, de esas que embellecen el aire antes de llegar al suelo y que uno mira caer sin atinar a nada, porque es bello verla en vuelo.
Ella era erudita en la materia de resistir. Improvisaba una felicidad pequeña para cada resistencia. Y las horas se le iban explicándose tanto el mínimo roce como el rasguño profundo, así el vuelo violento, como el blando aterrizaje. Nada había más importante que ese análisis de los por qué y los por cuánto, de los por dónde y los cómo. Nada había más importante que darse el lujo astral de un gran silencio o los fugaces segundos de armonía en medio del bochorno cotidiano.

Ella era una inútil para lo de todos los días y, si en este momento me escuchara, acaso sonreiría. Sonreiría un poco, apenas un poco, porque mi palabrerío la agotaba.
Ella usaba una mística precaución para acercarse a las cosas, como si uno debiera prevenirse ante los objetos que se dejan asir, pero atrapándonos; como si en todo lugar hubiera trampas… En cambio, los paisajes con magia, la tomaban desprevenida. La madre tierra se le prodigaba en perfumes y misterios a los que se aliaba, transportándose a un olimpo personal y sencillo y no por eso, accesible.

Entre nosotros había un intercambio telepático. Algunas veces caminamos juntos. Estoy seguro que los que no saben mirar, nos miraban de reojo. Yo apretaba el ritmo de los pasos para acompañarla sin perder pie y a ella le gustaba que yo pisara fuerte. Para levitaciones bastaba con la suyas.
Un día corrimos juntos de la mano por una playa hasta el mar y, como ella siempre iba en el aire, creí que se volaría. Tal era su ligereza, en ocasiones, como si su cuerpo le sirviese de pretexto para encarnar de algún modo ya que estaba, y no perderse la fiesta que es, a veces, este mundo.

Ella vivía sus propios poemas y luego los copiaba en papel. En la juventud había escrito algunos, en los árboles del bosque municipal de La Plata y desde entonces los versos le expresaban las búsquedas. También solía suspirar dibujos a mano alzada, endebles y sutiles como correspondía a su esencia. Artísticos dones que la hacían parecer insegura o lenta. Pero su apariencia era mentira. Como era mentira la adusta adultez del nombre que supo reducir para acercarse a todos los que podía. Su palabra entrecortada, a fuerza de ser precisa, semejaba un apacible bisturí que desentrañaba nuevos caminos sin que se supiera cómo. Y, si uno no estaba atento, corría el riesgo de perderse como un chico en el bosque o de alzar vuelo con ella quién sabe adónde.

Ella nunca lloraba ni reía en público ni en confianza. Trataba de mantener el equilibrio de sus emociones quizá para no desestabilizar su cuerpo fìsico. Estas manifestaciones tan humanas podían jugarle en contra. No obstante era ingeniosa. Con el toque de una mano te hacía saber por dónde andaba su alma a la deriva.

Ella era de gestos livianos y extendidos. Yo diría que siempre interpretaba una danza que acariciaba a los que no bailábamos. Dubitativa al apoyarse, tenía el coraje de ofrecerse como apoyo, mariposa que se posa y se evade, que revuela y vuelve…empeñosa en el aleteo solitario y, sin embargo, solidaria con el colibrí y el carancho.
A esta altura del camino, mirando sus letras acostadas en el papel, en tantas notas que me dejó como caricias al paso, yo sé que jamás conoceré un espíritu más delicado que el de Tona Almada.
A esta altura del camino, yo sé que nadie me dará una explicación más angélica de la lucha y de la existencia.
Yo sé que no abundan los seres como Tona, seres que no resisten la cárcel del cuerpo y prefieren la fuga. Porque saben la verdad antes de tiempo, y aunque no estemos conformes, saben también cuál es el momento preciso.




No hay comentarios:

Publicar un comentario