sábado, 24 de enero de 2015

Permanezco sentado, indiferente.
Me dice que parezco una momia.
que ni siquiera fui capaz de levantar el cenicero
hecho trizas a mis pies.
Y aprovecha, claro, para reprocharme que anoche...
apagué las colillas en el piso como si tal cosa.
Golpea la puerta y sale y vuelve a entrar.
Si no me quisiera, creería que me odia.
Se acerca, hace un movimiento de manos,
me toca la cara como si me viera por primera vez.

No tuve la ocasión para avisarle.
 Dice: no, con una potencia de voz inusitada.
Y repite: no... no...no... no...
Se ha dado cuenta.