jueves, 19 de noviembre de 2015




      escribir poemas espontáneos
      es una forma de duchar la angustia,
      de refrescarla un poco,
      de tener en cuenta que uno está habitado
      por muchas razones que lo vuelven loco.
      
      escribir poemas es acompañarse,
      tenerse paciencia, caminar descalzo
      por senderos suaves de charcos y lirios
      o calles abruptas con pozos y vidrios.

      escribir poemas es mala costumbre,
      es para que dios, que alumbra,
      me alumbre.
deambulo,
pienso, pienso...
la tarde se estaciona
en mis ventanas
las plantas enloquecen 
si las miro

anoche hemos hablado
hasta que vino el sol...
estamos vivos.

moriremos algún día
- ojalá que de pronto,
y no despacio -
pero eso es el futuro,
quizá nunca.
Ay... ¿no es cierto que si,
que quizá nunca ?

cuando uno se quita
una pena de encima
en realidad, la saca de adentro.

hay penas fáciles de echar,
que se van si uno enciende
una luciérnaga.

y hay penas que se atropellan,
que no llegan a penas,
cotidianas y efímeras...
ni bien pasa un niño con un globo, 
se salen solas.

también hay penas más empecinadas
que ponen palos en la rueda
y se burlan  de los sahumerios y las risas.

pero todas se pueden sacar
con tiempo, con esfuerzo
y buenas compañías.

sólo las penas viejas
se atrincheran.
inquilinas feroces del conventillo,
pernoctan allá... en los últimos
cuartos, sin desalojo posible,
vitalicias...
¡terribles las penas viejas!
no salen así nomás,
se aferran a los marcos de las puertas...
hay que cinchar, empujarlas,
y, al cabo, resignarse...

como algunos tenemos tres o cuatro,
procedamos con cuidado en la pelea:
furiosas de sufrir,
sucias de encierro,
son capaces de clavarnos sus bastones
de viejas locas
en la cabeza.