viernes, 19 de abril de 2013

tamaña imposición
para algo ha sido.
no la pedí. incrustada
la llevo como el naipe la figura.
como el naipe la muestro
boca abajo
y cuando pierdo el tino
boca arriba.
tamaña imposición
para algo ha sido.
y si dios no lo sabe
no me explico.

sábado, 23 de marzo de 2013

caminos


Vas por acá o por acá.
Solamente hay dos caminos.

Te ponés en la vitrina
en el medio de la esquina
y pintás la marquesina
salpicando con color
el nombre de otro mejor.
Con suerte y viento a favor
te subirás al carajo
para tocar tu tambor.
Claro que, en cualquier momento,
serás juguete del viento
y acabarás no sé dónde...
donde nadie te responde
y, si mentiste, vas muerto.

Otra cosa muy distinta
es la de cuidar tu quinta
y meter violín en bolsa.
Te atás bien con una soga
y a lo mejor con la droga
y un río de decepción
podés cantar tu canción
hasta que llegue la hora.
Perfil bajo. Perfil bajo.
No subirás al carajo
y nadie se enterará.
Verás la mar en cubierta,
siempre convulsa y revuelta.
Salvarás tu corazón.
Sin ir, estarás de vuelta.

Solamente hay dos caminos.
Es por acá o por acá.
Que los pies no se te enreden
porque entonces... te boleás.

viernes, 1 de febrero de 2013

No hay comentarios je je

No los hay. Ni los habrá.
Yo ya estoy resignado
a que así sea.
Ni siquiera me importa
porque no sé qué haría
si alguno me leyera.

Muy pocas veces vengo
a mirarme al espejo
sin zozobras
y enseguida me voy
para otro lado.

Estoy feliz conmigo
pero me tengo cansado.

Mirko






Un día serás grande…

Te crecerán las manos y los pies,

El cuerpo, la cabeza, la sonrisa…

Y te irás por una calle larga

... Con un saludo efímero y amable.

(Qué suerte que no soy

Padre ni madre).



Me quedaré pasmado contemplando

Tus ganas de vivir, de hacer tu historia.

Y te veré arañar los imposibles

Y atesorar lo poco que se logra.

Serás maravilloso. Serás mago.

Serás una canción llena de notas

Que yo lagrimearé una por una.



Un día serás grande.

Serás un gran amor, un gran amigo.

Y serás uno más que no se acuerda

Nada, nada de ahora que sos niño.



Agradezco a la vida conocerte

De todo lo que sos

Soy el testigo,

Un pariente nomás…

Del que vas a decir, cuando seas grande,

“ese que pasa ahí, es un buen tipo”.

miércoles, 9 de enero de 2013

El abuelo Salvador


Vaya uno a saber por qué hoy, durante toda la mañana, en el trabajo, me acordé de mi abuelo. Quizá haya sido porque ya siento el peso de los años. Pero no pensé en mi padre, sino en mi abuelo. Mi abuelo me hizo feliz alguna vez.
Ël se vino de Italia, huyendo de la guerra de 1914. Con su mujer pudo armar una familia de siete hijos en un tiempo diferente, quizá más difícil que el actual. Mi abuela se llamaba Manuela, y lo hacía enojar mucho. Siempre andaba en reuniones, casamientos y velatorios. Estas costumbres enfurecían al abuelo que, por lo general, se quedaba en la casa vigilando la parra, arrancando los yuyos, arreglando calentadores viejos, limpiando las fiambreras colgadas en el patio, entreteniendo a los nietos que íbamos de visita.
Mi abuelo no sabía que era geminiano. Si yo se lo decía, él me contestaba: geminiano no, hijo, siciliano, de Sicilia...
Tuvo una vida larga. En sus últimos años anduvo en bicicleta, atándose las bocamangas de los pantalones con los broches de madera que venían para colgar la ropa. También crió canarios, hizo canastos de mimbre y mantuvo una quinta casera donde, entre las hortalizas, crecía un increíble cantero de violetas.
Mi abuelo tenía un galponcito misterioso, donde injertaba rosas, y lo cerraba con candado para que los chicos no entráramos. Cuando se abría la puerta del tesoro, de allí salía un olor que nunca encontré más...
Mi abuelo murió cuando yo tenía catorce años. Toda la familia estuvo presente en el momento final. Pude oir sus últimas palabras, espiando la gran  cama donde apenas si se lo distinguía. Me impresionaron esas palabras y no entendí cómo él, mi abuelo, el que todo lo sabía, se fue diciendo eso en una mezcla de quejido, llamado o certeza. Fueron tres palabras. Dijo: Mamma...Mamma...Mamma.

MARTA



- ...¿y dónde le duele?
- ...acá...acá...y...acá...
- ¿y acá? ¿no le duele...acá?
¡Qué vergüenza! Con Marta jugábamos al doctor. ¡Qué sensaciones! No sabíamos por qué lo hacíamos
(si, nos gustaba, sabíamos), pero teníamos que hacerlo. Era un ímpetu irrefrenable. No podíamos jugar a otra cosa.
La época más intensa del juego fue cuando estábamos en lo de los abuelos. Marta vivía con su familia en la parte de adelante de la casa. Yo vivía en la parte del medio. Y el juego empezó a llevarse a cabo en la zona de atrás, o sea... junto a la letrina que ya no usaba nadie, bajo la higuera y la granada, entre el gallinero y la quinta del abuelo. Cuando llegaba la hora de la siesta, yo me iba para el fondo. Ella esperaba que la madre se durmiera y venía. ¡Cómo venía...! Sonámbulos sus dos grandes ojos almendrados, sus pasos pecadores, sonámbulo el miedo... Yo tendría diez u once años y ella siete o menos... Era mi prima. Se llamaba Marta. Le gustaba tanto como a mi jugar al doctor.
¡Uy, qué sol! ¡qué siestas!¡qué jadeos! Concertábamos el juego sin comentar nada, como un impulso vital que no podíamos reprimir. A no confundir las cosas: ni ella ni yo sabíamos de sexo, ni cómo se hacía para usar lo que cada uno tenía y sacarle a la cosa más partido. Era todo cuestión de dos pares de manos ávidas y desesperadas y de palpitaciones y sacudimientos corporales.
Cuando me mudaron a otra casa, Marta  iba de visita con su madre. Retomamos el juego frente a un gran espejo en el cuarto de mis padres, pero teníamos que ser mucho más precavidos para elegir el momento.
- Pero usted me dijo que le dolía acá....
- No, acá no. Acá, le dije, doctor, acá...
- Ay, si... cómo me gusta que le duela acá....
Aquello era una orgía de manotazos y palabras suspiradas que explotaba por espacio de pocos minutos, porque siempre estábamos atentos a las interrupciones de los adultos.
Por aquellos años, había una palabra terrible que nos asustaba: degenerados. Nos sentíamos degenerados.
Y éramos dos niñitos imberbes preparándose para las grandes pasiones de la vida. O no. No sé. Yo nunca fui a un consultorio de psicólogo.
Al crecer abandonamos el juego para mirarnos de reojo o evitarnos. Degenerados. El tiempo. Las separaciones. Las familias. Nunca lo hablamos. Y cuando nos encontrábamos por la calle y por casualidad, siempre, siempre, uno de los dos cambiaba de vereda.
Marta falleció hace ya mucho. Si viviera, en un día como hoy, estoy seguro que iría a preguntarle: ¿te acordás de cuando jugábamos al doctor? ¡qué vergüeza! ¡qué irrepetibles sensaciones!