lunes, 17 de mayo de 2010

oficina

Me cuelga desde el cuello una corbata
impersonal, azul, con un mal nudo,
y una camisa humeante de tabaco
- si no es del corazón todo este humo-.

El cinto me estrangula la cintura;
sobre zapatos negros, desclavados,
y medias de nostálgicas fisuras,
me cae el pantalón, laxo y cansado.

Yo mismo voy caído sobre el piso,
de pie, lo más naturalmente que es posible,
mientras los otros arman el bullicio
y el temor: los dos imprescindibles
en esta desazón y este desquicio...

Me llaman, me palmean, me saludan.
Huelo a carbónico, a rata y a rutina.
Seguramente, apesto de tristeza...
Cuando andaba a los saltos hasta el cielo,
borracho el corazón por la alegría,
con la garganta libre y sin zapatos,
ninguno me quería.

Insisto en comprender por qué me quieren
desesperado,
aquí,
en la oficina.

1 comentario:

  1. Acertadísima descripción del reduccionismo al que nos someten nuestros semejantes. Pero no olvide que sus lectores lo queremos y respetamos igual, es su genio quien nos deslumbra, querido Doctor, Honoris Stampa, Alanti.

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