sábado, 14 de abril de 2018

                                                                  TODO CAMBIA

"Que se arruine, si quiere. ¿Para què otra cosa sirven los jóvenes?" Françoise Sagan.

- Yo no puedo màs con èl. No lo entiendo. Cuando està, se lo pasa encerrado en el cuarto y no sè què hace... No lo reconozco. No sè con què gente anda...- me dijo la madre, al salir.

Pero el cuarto tenía la puerta abierta y èl estaba de pie, descalzo, con el pelo hirsuto, rapada la cabeza a los costados, y los ojos enrojecidos, como una aparición, sujetándose en el marco de la abertura. Me sonriò con una sonrisa boba, quizá despectiva, que mantuvo durante todo el tiempo mientras me observaba.

- Venì, fiera, que ando bien pacheco - me dijo.

Apenas le toquè un brazo en el saludo y entramos los dos en el cuartito. De inmediato, el olor del aire se hizo màs intenso.

- Abrì la ventana. Ventilà un poco. Estàs impregnando toda la casa con este tufo.
- Dejame así - pidió - no me tuerzas, loco, porque vamos a pasarla mal. Me gusta quemar a media luz... Hoy activè desde temprano.

Me auxiliè en el único sillòn que había junto a la cama, cerca del baño, sin dejar de mirarlo. Ajustò sus manos, una contra otra, y trabò los dedos. Estirò sus miembros hacia arriba en actitud gimnàstica.

- Ya sè... no me digas... La vieja te llenò la bocha en mi contra. Ella cree que soy un pecador... No me bautizaron, no tomè la comunión, no voy a la iglesia, no creo en nada y tengo vicios...- dijo.
- Sòlo quise saludarte y ella me invitò a pasar, nada màs...- murmurè.
- Ella cree que convivo con Belfegor y con Asmodeo porque pego algunos toques de pasto loco. Pero no soy un burro ni ando volado. De vez en cuando hay que ponchar un churro para resistir, man... ¿no te parece? - me preguntò.

En dos trancos rápidos se metió en el baño, cerrò la puerta y abrió el grifo del lavabo. El ruido del agua al caer, imposibilitaba oír alguna otra manifestación. Aspirè hondo, dispuesto a esperarlo. Me sentía abombado. Mirè en derredor y reconocì la pequeña mesa junto al placard. Habían pasado años desde aquella tarde en la que las cortinas de la ventana se agitaban con la brisa y la luz del sol invadìa la misma habitación. Con ojos inquietos, algunas muecas y pocas palabras, Agustín se ensimismaba dibujando sobre ella, en un desorden de papeles sueltos y colores. Recordè la frescura de su piel, la docilidad de su cabello caìdo hacia un lado sobre la frente , su ambigüedad de niño entretenido. Lo vi otra vez, sentado en el almohadón verde, abandonado en el suelo, con las piernas entrecruzadas y sus zapatillas de un blanco brillante. Todo su cuerpo se derramaba sobre la mesa ratona y en los papeles cobraban vida personajes que èl reconocía con alegría, personajes que yo no sabìa quiènes eran... Agustín me los mostraba con entusiasmo, me contaba lo que hacían, explicándome por què eran altos o bajos o llevaban una u otra arma de defensa. Recuerdo su sonrisa dulce, su aroma de naranja- mandarina o chicle frutal. Aquellos momentos efìmeros de su infancia se daban de bruces con esta adolescencia desesperada.
Agustín salió del baño, diò un portazo y reaccionè, poniéndome de pie. Sus carcajadas estridentes me inmovilizaron.
- Tranqui, tranqui... - dijo, sin dejar de reír - no es por vos, es que me agarrò el payaso...
Se convulsionaba con la risa, rascándose la barba de unos días. Vi los piercings de sus orejas agujereadas y el pantalòn arremangado, deshilachándose en las rodillas. Enseguida se lanzò sobre la cama, dándome la espalda, dispuesto a dormir una profunda siesta.
- Por mi quédate, fiera. Pero tengo un bajòn y, si no me duermo, voy a tener que "ir con hèctor"... - dijo.

Hubiera querido preguntarle si ya no dibujaba màs, pero parecía resuelto a ignorar mi presencia por largo rato. Quedè sin palabras. El monstruo tatuado en su pantorrilla me despidió con un último movimiento de cuernos. Salì del cuarto en silencio y, por el pasillo me deslicè hasta el jardín y la calle. Después supe que èso era la caricatura mal hecha de uno de los siete príncipes del infierno.

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