sábado, 14 de abril de 2018

                     El plato de sopa

"Su memoria retenìa sin esfuerzo los nombres y las imágenes de los protagonistas": los primos, los tìos, algunos amigos...Todos deambulaban animosos por los rincones, degustando los arrollados de berenjena con albahaca y mozzarella o los bocados de peceto con chauchas redondas, que rebozaban de mostaza y mayonesa. No tenía intenciones de celebrar su cumpleaños con esa pléyade de parientes lejanos y manducadores. Sòlo se había hecho presente impulsado por el interés de su madre que, desde temprano, había acondicionado la sala y cortado flores frescas para adornar la mesa. Al incorporarse al grupo y verse rodeado de personas conocidas y amables, apenas saludò con una sonrisa y movimientos de cabeza, tal como las circunstancias se lo imponían. Enseguida optò por una copa de vino que mantuvo largo rato en su mano. Tuvo que disimular la traicionera salpicadura de aderezo en el puño derecho de su camisa, junto al broche del gemelo. Le llamaron la atención los colores de un platillo con cuadraditos de polenta y ricota, salpicados con salsa de tomate, pero lo vio pasar sin atreverse. Estaba realmente satisfecho con su copa de vino, cerca del ventanal abierto hacia el jardín. Algunos comensales departìan uno al lado del otro, sin alejarse demasiado de la mesa de las vituallas, en un murmullo constante. Asediado por el calor de la noche y su propio desgano, ya sòlo pensaba en marcharse lo antes posible. Confiaba en que la simpatía de su madre, atenta y movediza entre los invitados, lo disculparìa de algún modo. Por eso, en cuanto lo creyó conveniente y hallò una oportunidad en el bullicio ( los chicos corrìan por el lugar y las mujeres alborotaban con sus vestidos), vaciò su copa con apuro, la abandonò en la mesa, sonriò beatìfico, levantò un brazo en señal de despedida y, aprovechando las bondades del ventanal con los umbrales casi en el piso, saltò hacia el jardín y se alejò de la casa. Nadie intentò detenerlo. Todos continuaron en la festividad y a gusto, y quizá imaginaron que volverìa pronto, que alguna tarea urgente o un llamado, lo requerìan en otro sitio. Su estricto traje de hombre ocupado y su fama de individuo poco sociable e introvertido, eran los mejores complementos para llevar a cabo una discreta huìda.
Ya hundido en la comodidad del asiento del auto, desenlazò su corbata, se desabotonò el cuello de la camisa y deslizò hacia abajo el vidrio de la ventanilla para aspirar el aire de la noche. Se adormeció, sin encender el motor. El dìa había sido agotador y perdió la nociòn del tiempo que pasò así, de brazos cruzados en el ensueño. La brisa húmeda que se colaba por la ventanilla le hizo sentir frìo y abrió los ojos en un estremecimiento. Desde la intimidad del auto, estacionado en la calle, veìa aun con claridad las luces de la casa y el ventanal abierto. Allà, junto a las cortinas, a un costado de los cristales, una mujer parecía observarlo auscultando las sombras y sosteniendo una bandeja en ofrenda. De inmediato, reconoció en ella a su madre por la gracia con la que lo llamaba y sus señas en actitud de reclamo. Subiò el vidrio de la ventanilla y descendió cerrando la puerta tras de sì. Algo mareado, tal vez por la duermevela o el estòmago vacío, se dirigió hacia ella improvisando una infantil carrera. Al traspasar la puerta del jardín, viò còmo la madre le sonreía de pie, siempre sosteniendo la bandeja. En la bandeja humeaba un plato de sopa caliente. Êl tomò la cuchara con timidez primero, pero pronto comenzó a engullir la sopa con alivio y despreocupación. Su madre se mantuvo quieta y sonriente, asistiéndolo en su afán. A los pocos segundos, sin descuidar su aplicación al placer de beber el tibio caldo, comprobò con curiosidad que, detrás de las cortinas del ventanal, la sala estaba desierta y la mesa, desprovista de todo alimento, sòlo lucìa un ramo de flores rojas, frescas y recién cortadas... Cuando por fin abandonò la cuchara en el plato, su madre fue hacia la sala y apoyò la bandeja con la vajilla en la mesa, junto al florero. Luego, regresò hacia èl, inmóvil junto al ventanal, para besarlo en la frente.
- Ya està todo listo: el personal en la cocina y los invitados por llegar...- dijo.
En efecto, pronto el jardín estuvo invadido por los invitados que entraban en fila a la sala iluminada, entre manifestaciones de algarabía y salutaciones cercanas. Entonces, su madre
le abotonò el cuello, le anudò amorosamente la corbata y, con un gesto sencillo, le golpeò apenas la mejilla. Êl comprendió, resignado, que llegaba el momento de asistir a la reunión con sus parientes lejanos.

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