cuando vuelvo a casa,
en su feroz afán por recibirme,
mis perros no me dejan
lugar para los pasos...
Yo me siento a mirar los crisantemos
- que este año crecieron amarillos-.
El viento me despeina,
huelo el aire
y entiendo que estoy fuerte y estoy vivo...
Me parece que es hora
de empezar a creer en los milagros.
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