De pronto,
igual que un derrumbe,
se me vino encima
la poca alegría que pude juntar.
Un trémulo estruendo
en silencio sordo
me aplasta entre escombros
y, sin respirar,
asomo los dedos, asomo la cara,
entre la avalancha
que habré de sortear.
No me den la mano.
Se me vino encima
la poca alegría que pude juntar.
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