lunes, 10 de septiembre de 2012

Historia simple y en broma del por qué, herida por un sable sin remaches, la Biblia lloraba junto a un calefón.

Hoy, en los baños modernos,
con yacuzzi y duchadores,
podemos tener un sauna
y varios masajeadores.
Nos podemos entalcar,
perfumar y depilarnos...
-cosa que nunca soñaron
los moradores de antaño.
En el siglo XiX
no se conocía el derroche
y se usaban bacinillas
y también tazas de noche.
No eran tazas de café
sino de "necesidades"
que, con el grito:"agua va..."
se arrojaban a las calles.
El que pasaba, de un susto,
daba lugar al desguace
cuidándose de que aquello
al caer, no salpicase.
En los fondos de las casas,
eran reinas las letrinas
y reyes los diarios viejos
para cubrir las rutinas.
Por suerte, con el progreso
y la astucia de la gente,
Buenos Aires fue pionera
en crear un monoambiente.
Con retrete y con lavabo,
el monoambiente triunfó
y empezó a llamarse baño
y se generalizó.
No toda casa porteña
tuvo este baño al principio.
Costaba tanto instalarlo
que era casi un espejismo.
No obstante, los ricachones,
de lo nuevo siempre al filo,
se impusieron la costumbre
de bañarse más seguido.
Al retrete y al lavabo,
le agregaron duchador:
una morisca costumbre
y un capricho de señor.
Lavabo, retrete y ducha,
eran signos de opulencia
y se cagaban de frío
más o menos con frecuencia.
Era urgente que la ducha
tuviera su calefón
y con el agua caliente
cambió mucho la cuestión.
Por otra parte, el papel
higiénico que hoy compramos,
era un lujo prohibitivo
para el obrero explotado.
Costaba caro, muy caro,
y nunca se conseguía.
Casi todas las familias
lo ignoraban u omitían.
Se apelaba a las revistas,
al papel imprenta diario.
Y al papel de frutería,
muy sedoso y coloreado.
Pero el color desteñía
y por limpiar...ensuciaba.
Las partes pudendas todas
les quedaban entintadas.
Gracias a Dios, esos años
difundían religiones
y la Biblia protestante
entró en todos los salones.
En los salones entró
pero también en los baños.
¡Nunca hubo tanto creyente
en esos míseros barrios!
Pues las sociedades bíblicas
regalaban ejemplares
y era como pan caliente:
Libro Sagrado a millares.
Cada porteño devoto
de cualquier grey aceptaba
en las calles y en las plazas
las Biblias que regalaban.
Y hasta iban a pedirlas
con vehemencia inusitada:
tres o cuatro cada uno
a las casas se llevaban.
¡Cuánta fe!, diría la Iglesia.
¡Qué avidez por La Palabra!
Mas, la historia verdadera
resultaba más macabra.
Perforaban una tapa
y en un ganchito de alambre
junto al calefón colgaban
papel biblia, dios aparte.
Por eso, Discepolín,
habla de la Biblia herida
por un sable sin remaches
contra un calefón sin vida.
Suaves hojas de papel
y agua caliente: un escrache
que es un himno nacional
y es el tango Cambalache.

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