miércoles, 28 de abril de 2010

Sensación

No estoy seguro. Sería... las cuatro menos cuarto de la mañana, cuando la soledad no tiene fronteras. Habían pasado casi cuarenta años desde la confusa despedida. Y... si, ya peinaba cabellos blancos y le dolían los pies... y no podía ser. Porque no podía ser. Sin embargo, ella entró, por la puerta o por algún otro lado, luego de un leve vaivén de la cortina. La miró entrar, conteniendo la respiración en la sorpresa. Se deslizaba, muda, entre los cuadros y los libros y el color de las paredes y su cuerpo lo traslucía todo. A él le latía el corazón a punto de rompérsele, pero la dejó avanzar anhelante y temeroso. Quería verle el rostro, y no pudo. Ella le acarició la frente y parte de la cabeza desde atrás y experimentando esas sensaciones maravillosas no se dio cuenta que ya se iba, que eran milésimas de segundo, que ya no estaba... La llamó apenas. Porque era ella. La silla cayó en un ruido seco y terminante. Se asomó a la calle. Todo dormía. La madrugada se la había tragado en un santiamén. Y como un chico de cabellos blancos y áridas arrugas, con lágrimas en los ojos, la llamó a grito pelado: mamá...mamá...mamá.

2 comentarios:

  1. Me hizo llorar, mi querido, mi respetado. Cómo me gustaría abrazarlo.

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  2. Esos ensueños tan bellos y tan tristes. Esto ha emocionado hasta a un croquant. Gracias, maestro.

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